Fin del programa Energy Star en EE. UU.: consecuencias para electrodomésticos y medio ambiente

Desde hace más de tres décadas, la etiqueta azul de Energy Star ha guiado a millones de consumidores hacia electrodomésticos más eficientes, sostenibles y económicos. Ha sido un referente confiable no solo en Estados Unidos, sino también a nivel internacional, para quienes buscan reducir el consumo energético en el hogar sin sacrificar rendimiento. Sin embargo, esta era de eficiencia guiada por una certificación clara y respaldada por la Agencia de Protección Ambiental (EPA) podría estar llegando a su fin. El gobierno estadounidense ha anunciado su intención de eliminar el programa, lo que ha generado un fuerte debate sobre las consecuencias que esto tendría tanto para el medio ambiente como para el bolsillo de los ciudadanos.
Energy Star nació en 1992, impulsado por la administración del presidente George H. W. Bush, como una respuesta innovadora ante el creciente problema del derroche energético. La idea era simple pero poderosa: certificar aquellos productos, desde electrodomésticos hasta edificios, que superaran los estándares mínimos de eficiencia energética. Con el tiempo, la etiqueta se convirtió en una especie de “sello verde” accesible, visible y ampliamente reconocido.
Los resultados hablan por sí solos. Desde su creación, se calcula que Energy Star ha contribuido a ahorrar más de 500.000 millones de dólares en facturas de energía, y ha evitado la emisión de aproximadamente 4.000 millones de toneladas métricas de gases de efecto invernadero. Solo en años recientes, los ahorros energéticos anuales oscilan entre los 40.000 y los 100.000 millones de dólares. Estas cifras no solo reflejan una mejora ambiental, sino también una mejora concreta en la economía doméstica de millones de hogares. Por cada dólar invertido en el programa, se generaban beneficios equivalentes a entre 230 y 350 dólares, lo que lo convierte en uno de los programas gubernamentales más rentables en términos de eficiencia y retorno.
A pesar de todo esto, el futuro de Energy Star se tambalea. En el marco de una reestructuración más amplia de la EPA, se ha planteado la eliminación del programa como parte de un proceso de desregulación administrativa. La justificación oficial habla de eficiencia operativa y de la necesidad de redistribuir recursos dentro de la agencia. Sin embargo, numerosos expertos, organizaciones ambientales y legisladores denuncian que esta decisión responde más bien a una agenda contraria a la regulación ambiental, que busca reducir la intervención del Estado en favor de intereses industriales.
Las posibles repercusiones de esta eliminación son numerosas y preocupantes. Para el consumidor común, el impacto se traducirá en una pérdida de referencias claras a la hora de elegir productos eficientes. Hasta ahora, bastaba con buscar la etiqueta Energy Star para tener la certeza de estar haciendo una elección más sostenible. Sin ella, los compradores tendrán que recurrir a especificaciones técnicas más complejas, lo que podría dificultar las decisiones de compra, especialmente en un entorno de mercado saturado.
Además, los expertos estiman que la desaparición de esta guía podría tener un impacto directo en la economía familiar. Según cálculos del propio organismo, una familia promedio podría dejar de ahorrar entre 450 y 500 dólares al año al verse privada de este tipo de productos certificados. Esta cifra, acumulada a lo largo de los años, representa un coste significativo, especialmente en tiempos de inflación y alza del precio de la energía.
Pero quizás el golpe más duro recaiga sobre el medio ambiente. Energy Star no solo certifica productos, sino que también actúa como un catalizador para la innovación tecnológica. Ha impulsado el desarrollo y la adopción masiva de soluciones como bombas de calor, frigoríficos inteligentes, iluminación LED y sistemas de climatización con menor huella de carbono. Al desaparecer el programa, se corre el riesgo de que las empresas pierdan un incentivo clave para seguir invirtiendo en productos más eficientes.
Esta decisión también pone en entredicho los compromisos climáticos de Estados Unidos, tanto a nivel nacional como internacional. El fin del programa podría suponer un aumento en las emisiones netas de CO₂, justo en un momento en que la comunidad global exige mayores esfuerzos para mitigar el cambio climático. La ralentización en la adopción de tecnologías limpias tendría efectos prolongados, difíciles de revertir.
La controversia ha despertado respuestas en diversos sectores. Legisladores de ambos partidos han expresado su preocupación, recordando que Energy Star está respaldado por la Ley de Política Energética de 2005, lo que complicaría su desmantelamiento sin aprobación del Congreso. El senador demócrata Ruben Gallego ha calificado la medida como equivocada y contraria a los objetivos climáticos y económicos del país. Paralelamente, más de una veintena de senadores han pedido formalmente que se mantenga el programa en funcionamiento.
Industria y comercio tampoco han permanecido en silencio. Compañías como Bosch, Carrier y asociaciones empresariales han manifestado su rechazo, alertando sobre las consecuencias negativas para los consumidores y la industria tecnológica. Expertos legales, por su parte, advierten que la supresión de Energy Star podría entrar en conflicto con normativas como la cláusula anti-retroceso (anti-backsliding), lo que daría lugar a litigios costosos e innecesarios.
El futuro inmediato de la etiqueta es incierto. Algunos plantean que el Departamento de Energía (DOE) podría asumir las funciones del programa, aunque esta posibilidad aún está en discusión. También se mencionan otras certificaciones, como LEED o las del Consortium for Energy Efficiency, pero ninguna de ellas tiene la misma visibilidad ni el mismo nivel de respaldo técnico independiente. La desaparición de Energy Star también tendría implicaciones fiscales, ya que muchos incentivos y créditos federales dependen de que los productos estén certificados por este programa.
Para quienes apuestan por un hogar sostenible, este escenario representa un desafío importante. Sin una etiqueta como Energy Star, los consumidores tendrán que informarse mejor, comparar fichas técnicas, y analizar el consumo energético real de cada electrodoméstico antes de tomar una decisión. Esto podría suponer un retroceso para quienes buscan soluciones rápidas, accesibles y confiables para reducir su huella ecológica.
A pesar de todo, también se abre una oportunidad. Las marcas comprometidas con la sostenibilidad podrían desarrollar sus propios estándares y reforzar su imagen mediante certificaciones internas, reforzando el vínculo con un consumidor cada vez más consciente. El mercado tiene margen para adaptarse, pero dependerá del liderazgo institucional y de una ciudadanía bien informada.
En conclusión, la posible eliminación del programa Energy Star marca un punto de inflexión en la política ambiental y energética de Estados Unidos. Sus consecuencias irán más allá de la simple desaparición de una etiqueta. Afectará al comportamiento de compra, al desarrollo tecnológico, a la eficiencia del hogar y, sobre todo, al compromiso colectivo con la sostenibilidad. En este contexto, mantener informada a la población y seguir impulsando prácticas eco‑responsables desde el hogar será más importante que nunca.